Miércoles 16 de enero. Sobre la planicie de un gran auditorio se desplaza con esa seguridad que le da los años, levemente sigiloso en procura del encuentro de caras conocidas. El recinto empieza a llenarse y cesan las murmuraciones. Después de 50 años de ostracismo, Enrique Congrains Martin decide hacer pública su voz de la manera mas irreverente y contestataria que puede prodigar. Es consciente de su descontento con la realidad y decidió plasmar toda esa incertidumbre en la ficción. ”El narrador de historias” es su más reciente entrega, pero no la última, ya que amenaza publicar otra novela en los próximos meses.
Tuve el agrado de conocer a Don Enrique en la librería donde laboro. Lo recuerdo como un abuelo enojado, al contemplar toda la literatura best seller que infesta el mercado editorial. Presa un de gran descontento me empezó a inquirir la ausencia de calidad narrativa en muchas de las obras exhibidas. No ajeno a su criterio tuve que asentir acerca de las modas que dirigen la atención de los lectores. Pero a la vez fue el preámbulo para conversar de aquellas otras ediciones que sí valían la pena comentarse. Me sorprendió su gran conocimiento de autores brasileros, presos en el cautiverio propio de un idioma que demora en difundirse. Le hable de mis últimos descubrimientos en la literatura norteamericana. Y así, casi sin querer, conciliamos una empatía instantánea. Después de un intercambio de sonrisas reveló su identidad. Pocas veces he sentido emoción tan grande al conocer a un autor. Pero aquella revelación activo inmediatamente el flujo de la memoria, impulsada por esos recuerdos que saltan cual resortes instantáneos a revelarnos pasajes gratificantes. Y así me evocaba en aquella biblioteca municipal de Chorrillos donde iba a refugiarme y a buscar el sosiego de aquellos libros que no podía encontrar en mi biblioteca personal. En una de esas tardes contemplando los altos techos de lo que fuera en tiempos remotos la casa de un alcalde, después la municipalidad, para dejar felizmente la osamenta a una biblioteca pública. En un ejemplar de la famosa colección populibros dirigida por Manuel Scorza, se hallaban los cuentos de “Lima, hora cero” , cuatro cuentos que me hicieron palpar la ciudad y ser consciente de los que pasaba a mi entorno. Me fascinó tanto o quizá más que “El Hombre y las botellas”, otro libro de cuentos que marco mi infancia, obra de mi también entrañable Julio Ramón Ribeyro. Leer esas dos obras casi simultaneas me hicieron ser consciente de la crítica que se había comenzando 25 años antes de que yo naciera y que sigue vigente en la actualidad: las transformaciones de una ciudad que no terminaba de adecuarse a sus ciudadanos. La violencia que pulula por las calles, la injusticia como una atmósfera incierta, todo lo que incita a dudar y creer en la grandiosa ironía del derrotado.Sonriente y atento escuchaba las palabras de presentación a esta nueva novela, intrigado de saber si había cambiado algo radical del borrador que había leído con anterioridad. De los presentadores, al que destacó tal vez por la similitud del oficio de novelista y la afinidad al sentimiento de artista, fue Miguel Gutiérrez. Venciendo la cojera propia de un accidente, le brindó el homenaje que sólo un autor a otro le puede brindar, el reconocimiento a un transcurrir de vida que con el ejemplo forja y acrecienta vocaciones. Manifestando su total admiración desde que leyó su obra. Sus intentos fracasados por conocerlo en los setenta y ochenta, que se concretaban gracias a esta nueva publicación. Gutiérrez demostró ese nerviosismo propio del que se encuentra frente a un maestro, a una persona querida, que en este caso se aplicaba perfectamente. Aquel breve homenaje se convirtió en un diálogo de consenso y complemento de opiniones, tanto acerca de la novela como del autor.El ensimismamiento propio de la ceremonia me hacia recordar mis lecturas y todo lo que le debía a Congrains. Aquella antología que me regalo mi padre de literatura norteamericana de editorial Forja, que aún conservo y que lleva la selección y el comentario del maestro. Esa antología me hizo descubrir a todos esos autores que después leí con tanta pasión y respeto: Hawthorne, Poe, Bierce, Anderson, Faulkner, Hemingway, Bellow, Capote. Su gran conocimiento humanista y autodidacta. Esa sensibilidad por el otro que su obra procura, además de su amor por lo libros, que lo hizo ejercer el oficio de editor.Miguel Gutiérrez destacó entre otras muchas cosas, la semejanza de edades de una de las protagonistas de esta nueva obra con la publicada hace cincuenta años, en este caso “Maruja”, de “No una, sino muchas Muertes”. Era fascinante entender como en la creación del autor estas mujeres articulaban la trama de tal manera que no era fácil deshacerse de ellas. Los aplausos posteriores del público por las palabras de Gutiérrez fueron la respuesta a una lectura acuciosa y a una exposición admirable.El torrente de la voz de Congrains sonaba como la marmita incandescente de las ascuas que se incitan a renacer. La contundencia de sus ideas me sorprendieron, porque sintió esa inefable certeza de intentar decir algo acerca de lo que te ha tomado tanto tiempo escribir.
La narración se volcó a explicar el proceso creativo, a describir como nació la novela y el tiempo que tomo trabajarla. En el año 97 y asentado en Bolivia, sobreviviendo y trabajando duro, algo que conoce Congrains mas que nadie, se le vino a la mente un libro objeto “La gallinita portahuevos”, instrumento que serviría de calistenia literaria para lo que serían sus obras posteriores. Desde ese instante usando todo su desafuero interno escribió gozosamente “El Narrador de historias”, teniendo sólo como consigna la total inhibición al tratar el tema, el desenfreno al describir personajes y situaciones que tienen una jerarquía en la realidad. Esta grandilocuente ironía tenía como propósito articular la vida de Cayetano Cómpanis, narrador oral que en el auditorio de la Universidad del Cuyo, Argentina y no Argentina (es el año2075 y pertenece al Protectorado de Mendoza, adjudicado por la fuerza a Chile) nos narra un cuento mítico, “La pata del mono” y a la vez nos fuerza a razonar con total impudicia y libertad. No es el propósito de esta reseña contar el libro, pero si comprender un poco el otro lado de la orilla, al escritor, al artista en su dominio. Congrains manifiesta su desazón contra el mundo. Sin entrar a discutir temas de política o afinidades ideológicas, rescato de su discurso la razón y la creencia en una actitud llevada con firmeza tantos años. El libro esta dedicado a otro gran maestro, Mario Vargas Llosa, del que diside ideológicamente pero respeta como autor. La fe de Congrains en su manera de pensar que lo ha hace coherente a pesar de los años y crítico de los aciertos y errores de su ideología. Tal vez pedir un mundo tan justo no tenga nada de malo. Y esa necesaria pluralidad de pensar un mundo y de cambiarlo lo hagan mas que importante. Convierten al escritor en un consejero de la libertad de racionamiento, libre de los encantamientos que podamos tener en frente. Sin llegar a pintar al mundo como una matrix de la que hay que escapar a toda costa. Hace de la literatura la manera más sofisticada del dudar.

1 Comment:

  1. Miguel Monroy said...
    Buena Julio con el blog. Suerte, aunque no la necesitas, pues tienen talento compadre.

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