La Felicidad de encontrarse un clip





Bajo la lluvia, después de contemplar en silencio el brillo de la pista mojada te das cuenta que no queda mucho por decir. El reflejo infinito de los canales en que se va convirtiendo la ciudad después de la garúa lo entiendo como un suceso triste. La algarabía del fin de semana es sólo una ilusión que se inventa para evadir la monotonía. El verdadero énfasis está en asistir a ese silencio. Como de aquel hombre que mira el firmamento en uno de los acantilados que separa Miraflores de Barranco. Y uno se pregunta ¿Por qué a nadie se le ocurrió construir un puente entre ellos para colocar al individuo justo en el medio? o ¿Por qué nadie se detiene a contemplar el ocaso del sol sobre ese mar esplendente y plateado por la tarde. Pablo Guevara me comentaba acerca de la repulsión que le tenía Eguren al atardecer, lleno de “tristura” y “tristanza” se negaba a verlos y eso se desprendía de su poesía. El murmullo de la garúa evoca el mar y el rumor decoroso de todo ese asfalto o el azafrán de la pista que drena, como un cuerpo que ha perdido su capacidad de coagulación, toda esa agua transparente y luminosa en la noche. Hubiese preferido carecer de contemplación y así entender a los demás, inmiscuirme en sus problemas o inventarme desgracias para justificar la sinrazón de la vida. Es el invierno indeciso de Lima, que llega con la niebla que le gusta tanto al poeta Jorge Pimentel. Sigue anocheciendo y sólo vislumbro al alcohólico tiritando de frió y a la enajenada despierta todavía y siento que ellos también me comprenden.

En esta perorata voy anunciando mis próximos textos. Preparo un trabajo sobre la obra cuentística de Carlos Calderón Fajardo, autor de impresionante talento que empieza a despertar al reconocimiento a pesar de ser desde hace algún tiempo un autor de culto. Creo que nadie como él entendería el texto anterior, tanto así que uno de sus libros de cuentos de llama “El hombre que mira el mar” . Espero poder reproducir pronto algunos elementos importantes de su obra y estar a la altura de las circunstancias que su obra merece. Ahora termino con un homenaje de otra gran escritora: Carson McCuller. Debido a mi reciente adquisición de la reunión de su cuentística y novelas cortas “El aliento del cielo”, en una edición prologada grandiosamente por Rodrigo Fresán. Ya conocía todas su novelas salvo “Frankie y la boda”. Leyendo el prólogo me entero que su primera y famosa novela llamada “El Corazón es un cazador solitario” se llamó en un inicio “El mudo” y ese a ese mudo al que también le dedico este texto.


La oscuridad es propicia para el encuentro de los desplazados. Los montones de basura recién sacados de las casas colindantes ya fueron removidos por los recicladores. Algunos despojos brillan en el lunecer de una noche veraniega dejando cierta senda de rebuscados tesoros. En esos instantes se encuentran los individuos que reptan en el oficio de la sobrevivencia. Los gestos cada vez mas impetuosos del sordomudo conquistan la sonrisa de la vendedora de golosinas que ensimismada intenta descifrar el oscuro lenguaje de su compañero nocturno. Sentados sobre algunas cajas que lograron acumular, sienten el arrullo de perro callejero que los cuida gratuitamente, evidenciando que la caridad no es sólo un sentimiento humano. La meticulosidad en los gestos hace de los aspavientos del sordomudo una extraña ceremonia. Después de la agitación de producir la onomatopeya de su lenguaje mutilado, el sordomudo acerca las botellas de plástico a manera de obsequio a la señora de las golosinas. Ella agradecida le obsequia un cigarrillo y sentado el uno frente al otro hacen del silencio y del movimiento del humo al dispersarse un reposo. Una larga contemplación en que se reconocen los privados de fortuna pero no exentos de felicidad.

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