Lo mejor de la Feria - Nacionales


Después de las vicisitudes que impidieron el normal desarrollo de la Feria del Libro, me siento muy feliz de que estas rencillas se hayan solucionado para el bienestar de los lectores. Encuentro en los stands de la discordia, los del ALPE, una gran oferta de novedades editoriales donde los editores pueden exhibir con orgullo el trabajo de sus autores y las felicitaciones por las ediciones tan magistrales. Conversaba con el Escritor y Crítico, Peter Elmore, la importancia de este trabajo, que por su belleza y calidad evidencia ya una trascendencia en el tiempo, además de la calidad literaria que muchos de ellos ya demuestran. En sí, da gusto que los jóvenes se esfuercen y muestren una calidad a la altura de cualquier editorial “grande” del medio (en muchos casos, inclusive superior), Además de la dinámica por cubrir el evento, como lo hace Borrador Editores, siguiendo las incidencias de tan magna fiesta. Por mi parte es un gusto y recomiendo muchas de estas publicaciones como la belleza minimalista de un autor consagrado como Carlos López Degregori, que de manera aforística y una prosa poética impresionante nos envuelve en ese “El Hilo Negro” que es su mas reciente antología personal, llena de reflexiones llenas de las imágenes más bellas que he podido leer en los últimos tiempos. Un imperdible. Así, de la misma editorial (Borrador Editores) los cuentos de Pedro Casusol, en “Cat Food” son una delicia, tengo entendido que ha tenido una gran demanda, y no es para menos, por que este nuevo autor debuta por la puerta grande con cuentos irreverentes, muy bien escritos, que le dan a la cuentística peruana un nuevo aire que hace algún tiempo ya necesitaba.

Siguiendo con el conteo destaco la reedición de “Un Único Desierto” del autor de culto, Enrique Prochazka, un libro que marco mi formación, dado el increíble tono y forma que tienen los relatos, ya un clásico rescatado. Una edición bellísima de Editorial Matalamanga.
Siguiendo esa misma línea está la novela de Enrique Bernales, “Los territorios Ocupados”, una novela que dialoga con la crítica y que tiene personajes de la envergadura de un principito, el danzante ruso Nijinski e inclusive a Buda de hilo conductor de tan irreverente pero interesante texto. Igual forma de “Mundo Ajeno” otra novela sobre la decadencia de una familia, al estilo de Giorgio Bassani, es “El silencio de la memoria” del escritor Felix Torres, otra gran aparición que ratifica el buen momento de la literatura Peruana.

Esperando poderles contar lo que encontré en esta feria, escribo el próximo post con mis adquisiciones.

EL PODER DE LA MENTE

La austeridad de un niño

En el programa discovery channel se mostraron las imágenes y la investigación de un extraño fenómeno para el mundo Occidental: un joven de 15 años de sentaba a la sombra de un árbol a meditar sin comer ni beber por más de 10 meses. Este suceso que estaba atrayendo la atención de gente de la localidad y a otros espectadores estaba creando un suceso mediático. La aldea de Ratanapuri, distrito de Bara, a 250 km al sur de Katmandú de la noche a la mañana se convertía en un mercado de recuerdos de “El niño Buda” como lo llamaban los aldeanos trayendo una gran popularidad y comercio por su imagen. El documental intentaba analizar el fenómeno y despejar los mitos que se iban creando en torno a la figura del joven. Lo que se mostraba objetivamente era que Ram Bahadur Bomjan, que había recibido estudios budistas por monjes Lama intentaba la proeza para el mundo occidental de meditar durante 6 años sin consumir alimentos ni bebidas hasta alcanzar la iluminación. Muchos estudiosos científicos afirmaban que el acontecimiento que se describía atentaba contra el saber científico, ya que una persona que no se alimenta, expuesto a la intemperie no pude sobrevivir más que 5 días y que el fenómeno degenerativo que experimentaría lo harían perecer por distintas causas. Lo que más se resaltaba en el documental era el desarrollo mental de este niño que había adquirido. Su maestro que fue a visitarlo y meditó frente a él demostró que para el budismo la adquisición de alimentos era una cuestión relativa, por que en los estados mentales superiores la mente transformaba los recursos energéticos.

La Felicidad de encontrarse un clip





Bajo la lluvia, después de contemplar en silencio el brillo de la pista mojada te das cuenta que no queda mucho por decir. El reflejo infinito de los canales en que se va convirtiendo la ciudad después de la garúa lo entiendo como un suceso triste. La algarabía del fin de semana es sólo una ilusión que se inventa para evadir la monotonía. El verdadero énfasis está en asistir a ese silencio. Como de aquel hombre que mira el firmamento en uno de los acantilados que separa Miraflores de Barranco. Y uno se pregunta ¿Por qué a nadie se le ocurrió construir un puente entre ellos para colocar al individuo justo en el medio? o ¿Por qué nadie se detiene a contemplar el ocaso del sol sobre ese mar esplendente y plateado por la tarde. Pablo Guevara me comentaba acerca de la repulsión que le tenía Eguren al atardecer, lleno de “tristura” y “tristanza” se negaba a verlos y eso se desprendía de su poesía. El murmullo de la garúa evoca el mar y el rumor decoroso de todo ese asfalto o el azafrán de la pista que drena, como un cuerpo que ha perdido su capacidad de coagulación, toda esa agua transparente y luminosa en la noche. Hubiese preferido carecer de contemplación y así entender a los demás, inmiscuirme en sus problemas o inventarme desgracias para justificar la sinrazón de la vida. Es el invierno indeciso de Lima, que llega con la niebla que le gusta tanto al poeta Jorge Pimentel. Sigue anocheciendo y sólo vislumbro al alcohólico tiritando de frió y a la enajenada despierta todavía y siento que ellos también me comprenden.

En esta perorata voy anunciando mis próximos textos. Preparo un trabajo sobre la obra cuentística de Carlos Calderón Fajardo, autor de impresionante talento que empieza a despertar al reconocimiento a pesar de ser desde hace algún tiempo un autor de culto. Creo que nadie como él entendería el texto anterior, tanto así que uno de sus libros de cuentos de llama “El hombre que mira el mar” . Espero poder reproducir pronto algunos elementos importantes de su obra y estar a la altura de las circunstancias que su obra merece. Ahora termino con un homenaje de otra gran escritora: Carson McCuller. Debido a mi reciente adquisición de la reunión de su cuentística y novelas cortas “El aliento del cielo”, en una edición prologada grandiosamente por Rodrigo Fresán. Ya conocía todas su novelas salvo “Frankie y la boda”. Leyendo el prólogo me entero que su primera y famosa novela llamada “El Corazón es un cazador solitario” se llamó en un inicio “El mudo” y ese a ese mudo al que también le dedico este texto.


La oscuridad es propicia para el encuentro de los desplazados. Los montones de basura recién sacados de las casas colindantes ya fueron removidos por los recicladores. Algunos despojos brillan en el lunecer de una noche veraniega dejando cierta senda de rebuscados tesoros. En esos instantes se encuentran los individuos que reptan en el oficio de la sobrevivencia. Los gestos cada vez mas impetuosos del sordomudo conquistan la sonrisa de la vendedora de golosinas que ensimismada intenta descifrar el oscuro lenguaje de su compañero nocturno. Sentados sobre algunas cajas que lograron acumular, sienten el arrullo de perro callejero que los cuida gratuitamente, evidenciando que la caridad no es sólo un sentimiento humano. La meticulosidad en los gestos hace de los aspavientos del sordomudo una extraña ceremonia. Después de la agitación de producir la onomatopeya de su lenguaje mutilado, el sordomudo acerca las botellas de plástico a manera de obsequio a la señora de las golosinas. Ella agradecida le obsequia un cigarrillo y sentado el uno frente al otro hacen del silencio y del movimiento del humo al dispersarse un reposo. Una larga contemplación en que se reconocen los privados de fortuna pero no exentos de felicidad.



Miércoles 16 de enero. Sobre la planicie de un gran auditorio se desplaza con esa seguridad que le da los años, levemente sigiloso en procura del encuentro de caras conocidas. El recinto empieza a llenarse y cesan las murmuraciones. Después de 50 años de ostracismo, Enrique Congrains Martin decide hacer pública su voz de la manera mas irreverente y contestataria que puede prodigar. Es consciente de su descontento con la realidad y decidió plasmar toda esa incertidumbre en la ficción. ”El narrador de historias” es su más reciente entrega, pero no la última, ya que amenaza publicar otra novela en los próximos meses.
Tuve el agrado de conocer a Don Enrique en la librería donde laboro. Lo recuerdo como un abuelo enojado, al contemplar toda la literatura best seller que infesta el mercado editorial. Presa un de gran descontento me empezó a inquirir la ausencia de calidad narrativa en muchas de las obras exhibidas. No ajeno a su criterio tuve que asentir acerca de las modas que dirigen la atención de los lectores. Pero a la vez fue el preámbulo para conversar de aquellas otras ediciones que sí valían la pena comentarse. Me sorprendió su gran conocimiento de autores brasileros, presos en el cautiverio propio de un idioma que demora en difundirse. Le hable de mis últimos descubrimientos en la literatura norteamericana. Y así, casi sin querer, conciliamos una empatía instantánea. Después de un intercambio de sonrisas reveló su identidad. Pocas veces he sentido emoción tan grande al conocer a un autor. Pero aquella revelación activo inmediatamente el flujo de la memoria, impulsada por esos recuerdos que saltan cual resortes instantáneos a revelarnos pasajes gratificantes. Y así me evocaba en aquella biblioteca municipal de Chorrillos donde iba a refugiarme y a buscar el sosiego de aquellos libros que no podía encontrar en mi biblioteca personal. En una de esas tardes contemplando los altos techos de lo que fuera en tiempos remotos la casa de un alcalde, después la municipalidad, para dejar felizmente la osamenta a una biblioteca pública. En un ejemplar de la famosa colección populibros dirigida por Manuel Scorza, se hallaban los cuentos de “Lima, hora cero” , cuatro cuentos que me hicieron palpar la ciudad y ser consciente de los que pasaba a mi entorno. Me fascinó tanto o quizá más que “El Hombre y las botellas”, otro libro de cuentos que marco mi infancia, obra de mi también entrañable Julio Ramón Ribeyro. Leer esas dos obras casi simultaneas me hicieron ser consciente de la crítica que se había comenzando 25 años antes de que yo naciera y que sigue vigente en la actualidad: las transformaciones de una ciudad que no terminaba de adecuarse a sus ciudadanos. La violencia que pulula por las calles, la injusticia como una atmósfera incierta, todo lo que incita a dudar y creer en la grandiosa ironía del derrotado.Sonriente y atento escuchaba las palabras de presentación a esta nueva novela, intrigado de saber si había cambiado algo radical del borrador que había leído con anterioridad. De los presentadores, al que destacó tal vez por la similitud del oficio de novelista y la afinidad al sentimiento de artista, fue Miguel Gutiérrez. Venciendo la cojera propia de un accidente, le brindó el homenaje que sólo un autor a otro le puede brindar, el reconocimiento a un transcurrir de vida que con el ejemplo forja y acrecienta vocaciones. Manifestando su total admiración desde que leyó su obra. Sus intentos fracasados por conocerlo en los setenta y ochenta, que se concretaban gracias a esta nueva publicación. Gutiérrez demostró ese nerviosismo propio del que se encuentra frente a un maestro, a una persona querida, que en este caso se aplicaba perfectamente. Aquel breve homenaje se convirtió en un diálogo de consenso y complemento de opiniones, tanto acerca de la novela como del autor.El ensimismamiento propio de la ceremonia me hacia recordar mis lecturas y todo lo que le debía a Congrains. Aquella antología que me regalo mi padre de literatura norteamericana de editorial Forja, que aún conservo y que lleva la selección y el comentario del maestro. Esa antología me hizo descubrir a todos esos autores que después leí con tanta pasión y respeto: Hawthorne, Poe, Bierce, Anderson, Faulkner, Hemingway, Bellow, Capote. Su gran conocimiento humanista y autodidacta. Esa sensibilidad por el otro que su obra procura, además de su amor por lo libros, que lo hizo ejercer el oficio de editor.Miguel Gutiérrez destacó entre otras muchas cosas, la semejanza de edades de una de las protagonistas de esta nueva obra con la publicada hace cincuenta años, en este caso “Maruja”, de “No una, sino muchas Muertes”. Era fascinante entender como en la creación del autor estas mujeres articulaban la trama de tal manera que no era fácil deshacerse de ellas. Los aplausos posteriores del público por las palabras de Gutiérrez fueron la respuesta a una lectura acuciosa y a una exposición admirable.El torrente de la voz de Congrains sonaba como la marmita incandescente de las ascuas que se incitan a renacer. La contundencia de sus ideas me sorprendieron, porque sintió esa inefable certeza de intentar decir algo acerca de lo que te ha tomado tanto tiempo escribir.
La narración se volcó a explicar el proceso creativo, a describir como nació la novela y el tiempo que tomo trabajarla. En el año 97 y asentado en Bolivia, sobreviviendo y trabajando duro, algo que conoce Congrains mas que nadie, se le vino a la mente un libro objeto “La gallinita portahuevos”, instrumento que serviría de calistenia literaria para lo que serían sus obras posteriores. Desde ese instante usando todo su desafuero interno escribió gozosamente “El Narrador de historias”, teniendo sólo como consigna la total inhibición al tratar el tema, el desenfreno al describir personajes y situaciones que tienen una jerarquía en la realidad. Esta grandilocuente ironía tenía como propósito articular la vida de Cayetano Cómpanis, narrador oral que en el auditorio de la Universidad del Cuyo, Argentina y no Argentina (es el año2075 y pertenece al Protectorado de Mendoza, adjudicado por la fuerza a Chile) nos narra un cuento mítico, “La pata del mono” y a la vez nos fuerza a razonar con total impudicia y libertad. No es el propósito de esta reseña contar el libro, pero si comprender un poco el otro lado de la orilla, al escritor, al artista en su dominio. Congrains manifiesta su desazón contra el mundo. Sin entrar a discutir temas de política o afinidades ideológicas, rescato de su discurso la razón y la creencia en una actitud llevada con firmeza tantos años. El libro esta dedicado a otro gran maestro, Mario Vargas Llosa, del que diside ideológicamente pero respeta como autor. La fe de Congrains en su manera de pensar que lo ha hace coherente a pesar de los años y crítico de los aciertos y errores de su ideología. Tal vez pedir un mundo tan justo no tenga nada de malo. Y esa necesaria pluralidad de pensar un mundo y de cambiarlo lo hagan mas que importante. Convierten al escritor en un consejero de la libertad de racionamiento, libre de los encantamientos que podamos tener en frente. Sin llegar a pintar al mundo como una matrix de la que hay que escapar a toda costa. Hace de la literatura la manera más sofisticada del dudar.

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