ENTREVISTA A MARIA ALZIRA BRUM LEMOS





De los libros más interesante que he podido leer en los últimos tiempos, esta sin duda, "La orden secreta de los Ornitarricos" un hibrido literario lleno de referencias a distintos generos que van desde intentar ser un libro de epistemologia, así como un relato policial hacía la vida de la(s) Narrador(as), relatos de ciencia ficción, Homeapatía, poemas, critica literaria, etc. Un libro sin duda deslumbrante construido con una gran prosa y una critica muy interesante sobre el mismo ejercicio de escribir. Aqui les adjunto una pequeña entrevista que me concedio la encantadora autora. Creo que no me equivoco al definir a la autora como una de las más importantes de la literatura Brasilera actual. Los invito a conocer su obra para contrastar esta apreciación.

Tambien agrego la magnifica reseña del escritor Alexis Iparraguirre sobre la obra:

Elogio de lo inclasificable. Sobre el libro La Orden Secreta de los Ornitorrincos de María Alzira Brum LemosLa escritora brasileña María Alzira Brum Lemos acaba de publicar, en Borrador Editores, La Orden Secreta de los Ornitorrincos, traducción al castellano de su libro en portugués editado el año pasado. Se trata, indudablemente de una audacia en los dos frentes que competen al quehacer de la escritura artística en nuestro país. Por un lado, la relación con la literatura brasileña contemporánea del medio es escuálida, por no decir nula. Esta apreciación no incluye, desde luego, a los pocos lectores de tiempo completo que reconocerán a Rubem Fonseca, o que retrocederán mentalmente, por defecto, a la lista de sus clásicos del Brasil romántico y belle epoque; pero sí el gran público y, en especial, al público joven, el cliente por excelencia de las editoriales independientes. En esta población, la traducción de un libro con el que no se tiene ningún nexo sensible o inmediato puede pasar desapercibida -mera curiosidad para el esnobismo local- y suponer una mala decisión del editor en el ámbito mercantil. Por otro lado, el libro en sí puede entenderse como el regreso, bajo el filtro de las urgencias humanas del siglo XXI, de la incomprendida opción estética moderna (en el sentido de perpetua transformación, como la entendía Octavio Paz), de suyo experimental, y que lidia siempre con la aceptación del gran público. Pero cuando se lee La Orden Secreta de los Ornitorrincos se puede constatar que el libro ha arriesgado y vencido en seducción y propuesta, y su traducción es un hito significativo de nuestro actual contacto con la literatura de autores brasileños y un acierto de primer orden de Borrador Editores. Justo por su vocación de transformación, reducir La Orden Secreta de los Ornitorrincos a una secuencia argumental resulta empobrecedor; el texto trata y consigue, más bien, desvanecer el argumento en sucesivas permutaciones de la identidad de sus personajes, sobre los que parecen existir distintas versiones. Conviene resaltar que “parecen” porque antes que personas, estos son signos en constante travestismo, cuyo sentido se desbarata siempre o se restaura con variaciones significativas. De manera general, se puede señalar a una brasileña universitaria que estudia ciencias y desea graduarse con una tesis sobre La Orden Secreta de los Ornitorrincos, un suerte de logia secreta de vocación nominalista (nótese la importancia del relativismo en los orígenes de la orden de marras), fundada en Australia, durante una de las muchas experdiciones comerciales de los portugueses durante el siglo XVI. Esta anécdota es la punta del iceberg de una historia sectaria de la que el libro elegantemente se libra (y que la autora ha asegurado existente y escrita en inéditos y en internet) y así pasa a ocuparse de la lógica familiar de una muchacha que muy bien puede identificarse con la universitaria tesista en su adolescencia modosita, pero de sexualidad en ristre, quien participa de una relación ambigua y no carente de contemplación lésbica con una sensual niña pelirroja. La pelirroja, suerte de doble mejorada y de atributos ambicionados, podrá ser, conforme avance la lectura, ideal de lo femenino, gemela contestataria, travesti drag queen (entonces es hombre y no mujer), la misma chica modosita en una aparente línea temporal divergente (donde, más bien, no es modosita). Incluso se puede fundir con su misma madre cuando conviene dotar a esta de la inteligencia necesaria para explicar a su hija medio cantante de boleros las complejidades del mundo consumista moderno (el mismo bolero que cantan todos los personajes hasta aquí listados). Las mutaciones se intensifican y el personaje puede convertirse en una mujer de cola de lagarto, muy semejante a un personaje de ciencia ficción, eslabón perdido entre la humanidad y la raza de los godba que, nos cuenta el libro, sucederá a los hombres en el control de la Tierra y, posteriormente, del universo. Curiosamente, un mutante de idéntica descripción protagoniza una novela del mismo género que se exhibe en una vitrina de ventas banales, agriamente criticada por la universitaria tesista. Ella ha renunciado a su carrera, pero igual busca publicar su investigación; se trata de una tarea complicada porque no encuentra editores a gusto con el texto, cuya peculiaridad –carecer de un género literario especifico- les molesta, como les sucede a los zoólogos con los ornitorrincos del título del libro, animales disolventes, como Brum Lemos señala, de cuanta clasificación los ha buscado ordenar por más de dos siglos.Evidentemente, el ornitorrinco es una metáfora de la inclasificable condición de la identidad del o de los protagonistas de las historias del libro y de la condición de este mismo, en cuento perteneciente a un género literario en particular. En el texto, la habilidad para perpetuar tal estado de virtuosa indefinición nos remite de inmediato a la literatura de Italo Calvino, Georges Perec, Umberto Eco y Julio Cortázar, autores que recurrieron de modo intuitivo o sistemático a la ciencia semiótica de su tiempo y a la narratología en particular para inspirarse y expresar sus perplejidades frente a la realidad. Así, Calvino y Eco fabularon para exhibir al mundo como una selva de signos de la que no se podía huir; y Perec y Cortazar explotaron por método o por curiosidad las posiciones más inesperadas desde donde narrar (desde la pluralidad de una pareja, con la perspectiva de una crónica de modas o de una narración de box). También Brum Lemos produce un bosque de signos en perpetua mutación, en este caso a partir de condiciones narrativas distintivas de la cultura contemporánea, unas sugerencias de sentido que, no por aparecer civilizadamente ordenadas bajo distintos títulos, resultan menos eficaces en su potencia para producir una imagen indefinida, en tanto cambiante, del sentido de las historias. Así, como señala José Donayre, La Orden Secreta de los Ornitorrincos se cuenta desde las voces sucesivas de las “fábulas, eslóganes, hipótesis, adaptaciones de cuentos, guiones, artículos, investigaciones, parodias de teleseries, aforismos, microrrelatos, poemas y descripciones enciclopédicas, entre otras formas” (http://enmisestantes.blogspot.com/2008/10/la-ordem-secreta-dos-ornitorrincos.html). Pero, a diferencia de Calvino o Cortázar y otros autores que procedieron de este modo, Brum Lemos no busca desentrañar con su método proliferante las características esenciales de la naturaleza humana. Prefiere indicar la carencia de esta, la inutilizada de un núcleo que enhebre todos los sentidos posibles porque, bajo esta convicción, la identidad del hombre deviene en una serie de rasgos siempre móviles y discontinuos, una sucesión de trazos incompletos y, por tanto, genuinamente abiertos a las posibilidades creativas, cuyo puntos de fuga solo están sujetos a la maravilla y al estrago de los cambios imprevistos. En el libro de Brum Lemos, aunque la metamorfosis más sensible e incluso políticamente significativa sea la del género (la transgresión de los roles masculino y femenino), se exalta también, inclusive con mayor radicalidad, las posibilidades de transformación de la especie humana en una distinta e irreconocible debido a su potencia de apertura a la transformación: el resultado son los gogda, miembros de una raza indefinida que, no por distinta, es menos feliz, creativa o trágica que la humana.Ciertamente, la discusión sobre los límites de la identidad y la necesidad de la transgresión de estos porque entrañan restricciones castrantes a la libertad y la imaginación es un debate extenso, en que se ha refutado frecuentemente la necesidad de características humanas inamovibles por carecer de verificación histórica (hemos, en efecto, cambiado irrefrenablemente con el desarrollo de nuestras herramientas) y porque con frecuencia se apela a cuales se prefieran como definitorias de la naturaleza humana para censurar o reprimir a quien difiere molestamente de la generalidad; en especial, el pensador francés Michel Foucault dedicó mucho de su prestigiosa obra a ofrecer las pruebas fehacientes de que, en efecto, la idea de normalidad o “sentido común” generalizado es un mecanismo de control que atenta contra la libertad de los individuos. Pero la originalidad de Brum Lemos, que sus lectores admiramos, es un triunfo estético: la inscripción de este y otros debates de nuestro tiempo bajo una concepción del arte moderno notablemente madura en un texto de lenguaje ejemplarmente claro y preciso, que se dedica a su asunto con la fluidez del júbilo y que hace de la fantasía sobre personas, sobre la ciencia y la literatura, una narración divertida, y que las más de las veces produce satisfacción por su creatividad y encanto, por la gracia de su inteligencia. Aunque no cese de invitarnos a la reflexión sobre nuestras certezas cotidianas, el libro nunca es arrogante ni alambicado; más bien, sus recursos estéticos conmueven y nos inducen al gusto por la luz liberadora de lo inclasificable. Debido a ello, Borrador Editores acierta en su audacia de tentar al público joven de literatura con un libro envolvente y bello, y Brum Lemos nos ha traído, desde el Brasil, un libro ejemplar en la conjunción de sensibilidad y pensamiento, un vistazo divertido e intenso a la condición humana del siglo XXI que los lectores leemos con satisfacción y agradecimiento. Alexis Iparraguirre

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